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Montañeros, naturalistas, científicos y turistas han ido cantado en los últimos siglos las excelencias naturales y paisajísticas que alberga este soberbio rincón de los Pirineos, un paraje donde las formas de vida y la hermosura se han recluido en calidad y en cantidad, hasta el punto de llegar a adquirir grandes proporciones. Domina su orografía el macizo de Monte Perdido (3.355 m), con las cimas de las Tres Sorores, desde donde derivan los valles de Ordesa, Pineta, Añisclo y Escuaín. Un paisaje de grandes contrastes: la extrema aridez de las zonas altas, donde el agua de lluvia y deshielo se filtra por grietas y sumideros, contrasta con los verdes valles cubiertos por bosques y prados, donde el agua forma cascadas y atraviesa cañones y barrancos. La necesidad de proteger la integridad de la gea, fauna, flora, aguas, atmósfera y, en definitiva, el conjunto de ecosistemas del macizo montañoso de Monte Perdido, conllevó la ampliación del primigenio Parque Nacional hasta las actuales 15.608 has. En este territorio se encierran otras áreas de no menos valor ecológico, como son los valles de Añisclo, Escuaín y Pineta, así como las alturas del Monte Perdido, vastos desiertos de altura donde reinan las ventiscas, la nieve, la roca desnuda y los restos glaciares. Esa necesidad es hoy refrendada por otras figuras de protección que además de avalar el estado de conservación de esta naturaleza, exigen una gestión responsable y sostenible: Diploma Europeo, Reserva de la Biosfera Ordesa-Viñamala, Zona de Especial Protección para las Aves y, por encima de cualquier otra la figura transpirenaica de Patrimonio de la Humanidad reconocida por la Unesco.
Uno de los factores más determinantes de la historia de los altos valles del Sobrarbe ha sido su aislamiento pertinaz hasta épocas recientes. Una geografía accidentada ha servido para conservar estos parajes, la arquitectura popular y muchas tradiciones de gran raigambre. La adecuación a un medio con un clima extremo y grandes desniveles han sido una constante en la evolución histórica del hombre montañés. Algunos vestigios prehistóricos encontrados alrededor del macizo testifican la presencia humana desde el Paleolítico superior (40.000 – 10.000 a.de C.). Durante la Reconquista, los gascones prestaron su ayuda a los cristianos de la vertiente sur. Este flujo humano y cultural, más allá de las fronteras físicas y administrativas, es la constante histórica más relevante de la comarca del Sobrarbe. En estos lugares de vida y expresión, de esfuerzos, de luchas y de paz…, el hombre ha ido dejando su huella, trazando senderos y caminos, construyendo puentes, cabañas, mallatas, aprovechando los bosques y pastos. Las gentes de los Pirineos sólo se sometían a sus propias normas, aquellas que permitían a cada uno recibir su parte de heno, de helechos y de leña, de hayucos y de bellotas, evitando enfrentamientos por los pastos o el agua. Las guerras en España o Francia eran asuntos secundarios, lo importante eran las luchas y concordias de un valle con otro, las rivalidades y acuerdos entre sus pobladores.
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