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Sepúlveda aúna historia, arte, gastronomía, naturaleza, cultura inmaterial y cultura viva. Por ello, no es atrevido definirla como una de las salas más bellas del llamado “Museo vivo más grande del mundo”, es decir, de Castilla y León.
Sus rincones y callejuelas, sus vistas y paisajes, admirables desde sus numerosos miradores, permite adentraremos en su historia, sus enigmas, sus iglesias románicas, sus palacios, sus fueros, en su aire, su luz, sus colores y su silencio.
Fruto del esplendor de Sepúlveda en la Edad Media es la existencia de 15 iglesias. Sepúlveda, al igual que Sevilla, Toledo, Segovia y tantas ciudades medievales, era un conglomerado de tres ciudades y religiones diversas: la cristiana, la musulmana y la judía.
En el año 1111, en el Campo de la Espina o Candespina, Alfonso I de Aragón y el conde Enrique de Portugal vencieron a la mujer del primero, Dª Urraca. El evento fue trascendente para la independencia portuguesa y, como consecuencia del mismo, Sepúlveda estuvo algún tiempo bajo dominio aragonés.
En el siglo XV ostentaron el señorío de la villa el infante rey don Alfonso y su hermana, la futura reina Isabel La Católica. La lealtad de Sepúlveda a esta reina fue siempre incondicional. Cuando su hermano Enrique IV entregó Sepúlveda al Marqués de Villena, por dos veces los sepulvedanos impidieron la entrada de don Juan Pacheco y aún del mismo rey en persona. En el año 1468 se expulsa de la villa a los judíos y en 1472 se reconoce la soberanía de los futuros Reyes Católicos.
Hacer un recorrido por Sepúlveda permite al turista y al caminante, al historiador y al soñador, vivir una experiencia única gracias a su arte, a su historia, a su gastronomía, al enclave natural en el que se erige y a su cultura inmaterial y viva.
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