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La Sierra de Guadarrama forma parte del Sistema Central, una larga cadena montañosa, de 500 kilómetros de longitud, que cruza de este a oeste el centro de la Península Ibérica. Las condiciones de la Sierra, más fresca y húmeda que las mesetas, y su menor transformación por la actividad humana, han convertido a estas montañas en un privilegiado refugio de biodiversidad. En su medio físico destacan sus circos y lagunas glaciares y sus roquedos graníticos; entre sus paisajes vegetales, los ecosistemas de alta montaña y los extensos pinares de pino albar.
En los primeros siglos de la Reconquista, todo el Sistema Central constituyó un territorio fronterizo, escenario frecuente de escaramuzas entre musulmanes y cristianos. Seguramente en esa época la zona de la Sierra de Guadarrama debió estar muy poco poblada, al ser asolada frecuentemente por los combatientes. Con la conquista de Toledo por Alfonso VI, en el año 1085, el río Tajo pasó a marcar la nueva frontera entre los dos territorios, aunque durante algunas décadas las incursiones musulmanas en la Sierra aún fueron importantes. La ciudad de Segovia pronto destacó como centro clave en el proceso de reconquista y repoblación. A medida que las incursiones musulmanas fueron haciéndose menos frecuentes, el papel militar de la ciudad empezó a tener su réplica en el terreno económico-productivo. La actividad ganadera tuvo una especial relevancia desde un primer momento. Las posibilidades de movilidad que tenían los rebaños convirtieron a la ganadería en la actividad productiva mejor adaptada a la inestabilidad provocada por los conflictos fronterizos. Además, los pastos de las cumbres serranas, disponibles en las épocas estivales, constituían un excelente complemento a los pastos de las tierras de la meseta, que quedaban agostados precisamente en el verano.
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